Todos tenemos que tomar decisiones a lo largo de nuestra vida.
Es un hecho al que no podemos renunciar, ya que en algún momento nos enfrentamos a la situación de tener que decidir por un camino u otro…y estas decisiones tienen un componente metafísico en sí mismas que las hace poderosas, ya que marcarán el futuro de nuestra línea de actuación, de nuestra línea de vida.
Lo que somos hoy es la consecuencia de nuestras decisiones de ayer.
Si nuestra vida actual es el efecto de nuestras decisiones pasadas, entonces tomarse tiempo para decidir se convierte en un asunto de vital importancia… …pero aún seguimos excusándonos de no disponer de ese tiempo para pensar.
Una decisión mal tomada puede acarrearnos consecuencias el resto de nuestra vida: convertir nuestra existencia en una sucesión de experiencias de resentimiento; de culpa, de victimismo.
Dicen que nos convertimos en víctimas de nuestras propias decisiones.
La cuestión es que siempre hay una excusa que nos sirve de apoyo para que descanse el mal hábito de eludir nuestra propia responsabilidad por lo que somos.
Cuando las circunstancias nos sonríen, cuando todo fluye según nuestras expectativas, cuando la cosa nos va bien, nos golpeamos en el pecho, con aire de satisfacción, alimentando, con el maná de nuestro desierto, el ego más profundo por haber dado en la diana, por haber sabido elegir.
Como seres humanos, buscamos siempre esa notoriedad que nos haga destacar entre el resto. Es el sentido inherente de la significación propia. Y todos la buscamos. Todos.
Pero, ¿Qué pasa cuando las cosas no salen como habíamos planeado?, cuando la vida se convierte en un ir y venir de sucesivas circunstancias que están tan alejadas de los resultados esperados…cuando nada de lo que acontece parece seguir el patrón proyectado. Cuando nos empezamos a convertir en víctimas de una situación que nos arrastra, que nos impide destacar, que nos impide disfrutar de la satisfacción de vernos como hacedores de nuestra propia vida…
Podemos buscar culpables entre los figurantes de nuestro escenario o podemos sentarnos a escuchar, ante tanto ruido externo, el sonido que nace desde lo más profundo de nuestro silencio.
La culpa es uno de los pilares que sustentan nuestra mediocridad.
En esta vida no nos permitimos soñar más de lo que nos permitimos vivir.
¡Y nos permitimos vivir tan poco!, por eso, en nuestros sueños, también acabamos siendo víctimas…soñamos lo que vivimos, no vivimos lo que soñamos.
Pero ¿qué hubiera pasado si hubiésemos optado por el otro camino, si hubiésemos elegido la segunda opción? … ¿Nunca nos hemos martilleado la cabeza, de verdad, con el incesante goteo de pensamientos e imágenes de lo que hubiera sido nuestra vida si hubiésemos escogido «la otra opción»?
Existe una teoría cuántica que dice que, paralelamente a nuestro universo, coexisten un grupo de infinitos universos al mismo tiempo, pero en planos diferentes, como simples variaciones de nuestra realidad.
Que todos los posibles resultados de cada elección que no hemos hecho ocurren de manera diferente en cada uno de estos universos alternativos.
Es decir, que existen diversas posibilidades de vivir la vida misma, al mismo tiempo, en diferentes versiones de diferentes planos.
O lo que es lo mismo, que todos los escenarios posibles, derivados de una situación concreta, están recogidos en otro universo.
Existe otro yo, en otra dimensión, viviendo al mismo tiempo, aquella línea de vida que surgió de las decisiones que descartamos en este mundo.
Y creo que a veces nos hemos cruzado con esa dimensión, en ese desliz del destino, en ese déjà vu, en esa sensación familiar y extraña del conocimiento de algo que nos es completamente nuevo…
Quizás, en algún momento de nuestros sueños, cuando aprendamos a ser verdaderamente conscientes mientras más plácidamente dormimos, nos encontremos a nuestro otro yo, frente a frente, preguntándonos:
<< ¿Qué tal te fue?>>.