Cuando nacemos lo hacemos desde el dolor.
Ya desde el momento en el que la madre nos empuja para darnos a luz a este nuevo mundo nos enfrentamos, por primera vez, con la lucha, el dolor y el esfuerzo continuado por sacar la cabeza y gritar a la vida que ya hemos llegado.
El dolor, el sufrimiento y la lucha forman parte ya de nuestra primera experiencia de vida.
Sin embargo, nacemos puros.
No somos conscientes todavía de nada y al mismo tiempo somos conciencia pura. Nuestra mente no está definida, nuestra voluntad espera pacientemente a que demos rienda suelta a nuestro Ser.
Pero desde el mismo instante en el que empezamos a gritar al mundo quién somos, se nos empieza a solapar, capa tras capa, nuestra verdadera esencia. Se nos empieza a formar la identidad del comportamiento apropiado o del amor condicional de nuestros padres, como queramos llamarlo …y nuestra vida pasa a ser un continuo reclamo de aprobación y de necesidad de aplauso que marca nuestra forma de actuar; nuestra verdadera y única existencia…
Cuando llegamos al mundo laboral intentamos encajar nuestro comportamiento en la aquiescencia de «los que más saben», de aquellos que marcaron las pautas del comportamiento y de la estúpida, corrosiva e insulsa idea del deber ser.
Pasamos a ser las piezas de un sistema que se ampara en la propaganda del imperativo institucional.
Luego creces profesionalmente con la idea de que para marcar la diferencia en este mundo debes desmarcarte del resto …y entonces empieza otra lucha, la de intentar ser diferente de lo que eres, para sobresalir en un mundo donde la mediocridad es la base sobre la que apoyamos nuestros pies para elevarnos e intentar sacar la cabeza para que se nos vea.
Para sobresalir necesitas un punto de apoyo, una referencia, la mediocridad.
Ser alguien distinto se convierte en una lucha y en un esfuerzo doloroso, y ya estamos otra vez reviviendo las sensaciones de nuestro alumbramiento de vida. Se nos ha creado un hábito.
La gran incoherencia es que cuando intentas convertirte en alguien distinto y decides desmarcarte del resto, la falsa valoración moral del egoísmo asoma por la errónea puerta del altruismo consentido, con el engaño de que los demás no se merecen que pienses en ti.
Pero la única manera de poder marcar esa diferencia es recuperando lo que fuimos cuando nacimos. Conciencia pura. Puro ser.
No cambies. Recupérate. Vuélvete al niño sin solapas.
Cuando uno es, no necesita marcar ninguna diferencia. Se recupera un espacio donde la competencia se vuelve irrelevante.
Se tú mismo.